Del show vacío al folclor eterno: la Copa Davis que Piqué no entendió
- Ariel Román Espinoza
- 16 sept
- 4 Min. de lectura

Hay un cántico futbolero que dice "Cuando el equipo anda mal, la hinchada lo hace ganar". Esto también puede aplicar a la Copa Davis. En agosto de 2018, una votación de las distintas federaciones miembros de ITF aprobaron la propuesta del grupo Kosmos, presidido por el entonces futbolista del Barcelona, Gerard Piqué, que le daba una sentencia de muerte a una centenaria y querida competición. Pero con lo vivido este fin de semana, estadios llenos, buen tenis y emoción de punta a cabo, el señor Dwight Davis habría tenido una sonrisa de oreja a oreja. Su competencia recuperó su esplendor.
Con el ex Shakiro dijimos adiós al viejo y querido Grupo Mundial y a aquellas series inolvidables al mejor de cinco puntos, reemplazadas por unas Finales con 18 equipos en una única sede durante una semana. El resultado fue tan frío como las tribunas: partidos con nivel, sí, pero vacíos de ambiente, como aquel Chile vs Argentina en Madrid con apenas mil espectadores, un contraste doloroso con los ocho mil que habían reventado el Aldo Cantoni de San Juan un año antes.

Los cambios continuaron como si se tratara de un torneo de laboratorio: 2021 con fases de grupos en varias ciudades a lo largo de una semana, 2022 con un calendario repartido entre septiembre y noviembre, 2024 con Zhuhai como una de las sedes, en horarios imposibles y con estadios vacíos. Mientras tanto, jugando siempre en canchas duras bajo techo, se borró de un plumazo el derecho del local a elegir superficie. Esa decisión mató buena parte del folclor que alimentó la historia de la Copa: Paraguay siendo imbatible en canchas de madera en los 80 de la mano de Víctor Pecci, Chile y España jugando de local literalmente en la playa, una medialuna o una plaza de toros, o India albergando series en canchas de pasto con una base de excremento de vaca. Eso era la Davis. Eso se perdió con Piqué.

La salida de Kosmos y la rectificación de la ITF abrieron, sin embargo, una esperanza. Para 2025, el regreso parcial de las series de local y visita es un reconocimiento tácito de que el formato de Piqué fue un error histórico. Y es en esas series, con el público empujando y el anfitrión imponiendo condiciones, donde la Copa Davis renace de sus cenizas.
La Copa Davis no necesitaba de un futbolista millonario para reinventarse. Piqué la transformó en un producto vacío, sin alma, con estadios desiertos y partidos que parecían amistosos de pretemporada. El daño fue profundo, pero el tiempo le dio la razón a quienes defendieron la tradición. La Davis no es un “Final 8” improvisado, sino una guerra deportiva donde pesan la localía, la superficie y el aliento del público. El show de Kosmos murió; la esencia de la Copa, no.
Este fin de semana vimos una vez más cómo esta competencia hizo vibrar al tenis como en antaño. España, el único local que ganó en los Qualifiers, sin Alcaraz, remontó un 0-2, con match point en contra en el cuarto punto, con Pedro Martínez ganando dos partidos para ser el inesperado héroe de la jornada. El MVP del fin de semana fue Raphael Collignon, que acalambrado y todo, ganó sus dos singles para darle a Bélgica, que esta vez no recurrió a la violencia, el pase al Final 8 a estadio lleno en Sydney frente a Australia.
Sudamérica también se empapó de la mística de la Copa Davis: Ignacio Buse confirmó ante Portugal que es un jugador copero, dándole el triunfo a Perú en la cancha cuyo nombre homenajea a sus antepasados, totalmente repleta. Brasil, que a nivel formativo pasa por un momento espectacular, encontró en Joao Fonseca a un líder que tendrá por muchos años, derrotando a Grecia en Atenas. Argentina hizo la tarea de visita ante Países Bajos, y al fin, después de los fallidos pasos de Gaudio y Coria en la silla, tiene en Javier Frana un capitán que no divide ni mucho menos improvisa. Y Chile, con bajas sensibles y ante un rival muy inferior, llenó el Court Central Anita Lizana, que desde el himno nacional hizo temblar a su oponente.
La Copa Davis siempre fue un fin de semana sagrado. El público volcado en las tribunas, los visitantes intentando arruinar la fiesta, los jugadores cargando con el peso de representar a su país. Allí está la brutalidad y la belleza de esta competencia: o se triunfa para soñar con la Ensaladera de Plata, o se sucumbe bajo la presión.

La magia de la competencia siempre estuvo en su folclor: en la superficie elegida, a veces con picardía, en el himno cantado a todo pulmón, en los héroes que nacen en series imposibles. Esa tradición no necesitaba maquillajes ni formatos artificiales; bastaba con dejarla ser. Por eso, volver a ver estadios llenos, equipos locales soñando y visitantes desafiando la hostilidad, es recuperar un pedazo de la historia del tenis. La Davis vuelve a latir, como lo imaginó Dwight Davis hace más de un siglo. La Ensaladera de Plata recuperó su brillo.





